En Montevideo por la calle 8 de Octubre, frente a la cruz del Papa, en un monoambiente, vive Beatriz. Eso no llamaría la atención si no fuera porque Beatriz, maquilla muertos.
Por Eugenia Ladra
Su profesión, inusual, es tabú con sólo nombrarla. Las expresiones de la gente cuando se habla del maquillaje y acondicionamiento a los muertos son de miedo, desconfianza y hasta asco. Las expresiones de Beatriz son de tranquilidad. Desde los cinco años, sus tías, con quienes pasaba mucho tiempo, le decían que aprendiera a maquillar porque esa iba a ser tu tarea cuando ellas murieran. “Iban a tomar el té y se pintaban los labios estando en la casa”, cuenta Beatriz.
¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?
La tanatopraxia y la tanatoestética, etimológicamente, significan las medidas que se toman por la defunción de una persona. Es el arte de maquillar y reconstituir el rostro de una persona recientemente fallecida.
Si nos retrotraemos en el tiempo, el maquillaje a los muertos lo comenzaron a realizar los egipcios, celtas e hindúes. Miles de años atrás, la tanatopraxia se consideraba un culto obligatorio, en el cual se realizaba una ceremonia que duraba varios días y muchas personas. Claramente en esa época, el arte de maquillar a los muertos era más popular, pero desde otra perspectiva: alguien moría y lo enterraban; nadie indagaba sobre la causa del fallecimiento. Lo único que importaba era que el muerto quedara igual que antes: una suerte de belleza eterna ó de eternidad natural. La estética se tornaba más importante que la propia muerte.
Beatriz es la única tanatopractor en todo Uruguay; si bien hay más personas que realizan el mismo trabajo que ella, es la única que cursó los estudios necesarios para enfrentarse a un cuerpo sin vida sin que le tiemble el pulso. La primera persona a la que atendió fue a su tía. Dice que no tuvo miedo, sino fuerzas; sintió que “le estaba complaciendo un gusto”. En Estados Unidos, donde estudió Beatriz, trataba a personas que no conocía, y al principio le generó rechazo: “El primer día me dio un poquito de miedo, pero después que estaba trabajado, te olvidás. Querés hacerlo bien tenés que olvidarte de lo demás”.
La duración del trabajo oscila entre una y dos horas, dependiendo del estado del fallecido. Cuando se trata de una muerte natural, es cuando lleva menos tiempo. Sin embargo, cuando hay que recuperar un rostro por las heridas o por una enfermedad degenerativa el tiempo se duplica, llevando aproximadamente dos horas.
Los costos que se manejan oscilan entre los 100 y 200 dólares. Este tratamiento apunta a personas de clase media-alta y alta. El costo es elevado debido al uso de materiales descartables. Todo va a la basura, desde los guantes hasta el pincel. Es la única forma de no propagar las enfermedades y de promover el cuidado personal.
RITUALES URUGUAYOS
En Uruguay las cosas no son fáciles para el tanatopractor. Desde las terroríficas concepciones culturales que tenemos sobre la muerte hasta las dificultades técnicas y administrativas que existen. En Estados Unidos, para facilitar el trabajo, les brindan una historia clínica que incluye el porqué de la muerte del paciente; sin embrago, el tanatopractor charrúa tiene que buscar en el cuerpo mismo la historia clínica, porque es inexistente en papel. Con este documento, el tanatopractor sabe a que atenerse, sabe, por ejemplo, que si la muerte fue producida por un accidente, es posible que el cuerpo sangre horas más tarde y hay que prevenirlo tapando la boca, nariz u oídos para que se absorba el líquido. Según Beatriz, la parte más atrayente de su trabajo es la de indagar la muerte, porque hay que adentrarse en la medicina. Al mismo tiempo en que se va examinando el cuerpo con el fin de averiguar el porqué de la muerte, se realiza la higienización o asepsia de la persona, fundamental para prevenir posibles contagios.
La tanatopraxia ha dejado de ser atractiva para los uruguayos, inclusive Beatriz cuenta que “hay gente que no quiere que le hable de mi profesión, de si atendí a alguien o no… mis propios amigos no quieren saber”. Muchos mitos y prejuicios rodean a esta profesión, pero también existe un factor fundamental para entender o no a quien elige trabajar con muertos: la educación. Digamos que no es necesario tener una tía que se maquille aunque no tenga planes de moverse de su casa, como en el caso de Beatriz, pero si es fundamental crear una conciencia social sobre la muerte que no sea la de asco y temor a aquellos que decidieron que su trabajo implique pasar horas frente a un cadáver.
Actualmente existe un fenómeno en Uruguay que se centra en la reducción de tiempo que se le dedica a los velorios. La sociedad en general ya no quier ver a los muertos, con excepción de alguna viejita que conserve tradiciones de vaya uno a saber que época. Los velorios se reducen en tiempo y personas con mayor intensidad, y cada vez hay más alternativas a la hora de decidir que hacer con el cuerpo: desde cremaciones hasta viajes al espacio. Hoy en día se usa más el depósito, pero a nuestra manera. Por ejemplo, en Estados Unidos, se deja el cuerpo en depósito y se hace una reunión semejante a una fiesta, para luego hacerse el duelo en el cementerio. Los uruguayos nos inclinamos más por hacer algo más conservador y realizar el duelo desde el principio. Es impensable, para nosotros, festejar una muerte.
Otro fenómeno que se da en nuestro país está relacionado a la demanda de tanatopractores. Actualmente, Beatriz ya casi no tiene trabajo, en cambio, en la época de la crisis (desde los ‘90 al 2004) fue cuando más fueron solicitados sus servicios. No hay una explicación para estos acontecimientos, pero Beatriz agrega que “capaz es como dicen los chinos: en las crisis sacamos los mejores resultados”.
NO SÓLO COQUETERÍA
Beatriz trabaja sola, sin embrago, familiares de muertos han estado presentes por decisión propia mientras ella realiza su encargo. Por lo general los parientes le dan una foto al tanatopractor para que copie lo más fielmente posible el estilo de maquillaje que la persona utilizaba. Hay que tener en cuenta hasta si la persona usaba perfume. En los casos en que hay deformación del rostro o consecuencias de enfermedades (adelgazamiento, blancura, manchas, granos con purulenta, entre otros), la fotografía sirve para poder dejar a la persona lo más parecida posible a lo que era antes de su muerte.
Según Beatriz, no hay que hacer nada que “cause risa” ni disfrazar a la persona, es por ello que es fundamental conocer la voluntad de la persona. Hay que respetar tanto a la mujer que se maquillaba de forma muy natural así como también a aquella que siempre tenía los labios rojos.
Cuando se llama al tanatopractor porque hay que atender a alguien, tiene tan sólo dos horas para llegar a la empresa funeraria. Cuando entra a la sala, a veces, están terminando de vestir al muerto. Si llega tarde, se corre el riesgo de que el rostro se ponga rígido, lo que prácticamente imposibilita moldear la cara en caso de que tenga alguna expresión específica o los ojos abiertos. Cuando se termina con el trabajo, se rocía el rostro con un líquido para que el maquillaje no se salga ni se corra mientras la gente besa o llora al muerto.
En cuanto a los sexos, aunque parezca extraño, es más difícil maquillar a los hombres. Muchas veces hay que afeitarlos, y además existe otro factor que les juega en contra: el pelo corto. La mujer, al usar comúnmente el pelo largo, tiene mayores posibilidades de cubrir con cabello ciertas heridas o deformaciones. Sin embargo, ¿qué hacer cuando se maquilla a un travesti? Al igual que el resto de los pacientes, se maquilla en función de lo que la familia pida, pero respetando ciertos parámetros. Por ejemplo, si una mujer se rapaba porque quería ser un hombre, ponerle una peluca sería completamente ridículo. Si intentamos modificar la imagen de la persona en contra de su voluntad, la idea de llevarse el mejor recuerdo del familiar no se estaría cumpliendo.
La tanatopraxia y la tanatoestética son tratamientos que se realizan sobre personas ya fallecidas, pero no son más que caprichos de los vivos, son regalos que se dan para facilitar el duelo. Una última imagen agradable es lo que se busca. Un adiós sin sabores amargos, una despedida para recordar.
ÍNTIMO: Beatriz Sicilia
¿Qué pensás de la muerte?
Pienso que después de la muerte hay vida, creo en la reencarnación.
¿Cómo asumís la muerte de un familiar?
Hay que hacer un duelo. Sino estás toda la vida con algo que no sacaste.
¿Crees en alguna religión?
Soy católica.
¿Qué opina el catolicismo de la tanatopraxia?
Al principio fue rechazado.
¿Qué opinan tus hijos de tu profesión?
Cuando les conté me dijeron que estaba loca, después se acostumbraron, luego lo contaban en la escuela.
¿Cuál es la satisfacción más grande qué te ha dado tu trabajo? ¿Y lo que menos te agradó realizar?
Lo mejor es ver el trabajo concluido, mirar la foto y a la persona y que esté igual. Lo que menos me gusta de mi trabajo es cuando alguien fallece muy joven.
¿Tuviste alguna experiencia extraña?
Hay gente que ha muerto con una sonrisa. No se puede sacar la sonrisa. A veces los familiares te dicen “parece que le hubiese gustado morirse”.
¿Te gustaría qué te atienda un tanatopractor luego de tu muerte?
Si.
Pero sos la única en Uruguay…
Y si soy la única… ya les dije a mis hijos que alguno se anime. (Se ríe).